Escritor guatemalteco, uno de los antecesores del realismo mágico. Nacido en Quetzaltenango, fue director de la Biblioteca Nacional de Guatemala durante 20 años, desde 1926 hasta 1946. Ese año fue nombrado delegado de Guatemala en la Unión Panamericana, actual Organización de Estados Americanos. Cultivó la narrativa y la poesía lírica. Iniciado bajo la influencia del modernismo, derivó después hacia otras tendencias. Aunque con un estilo muy personal, se le ha situado como novelista de ciencia ficción y como uno de los antecesores del llamado realismo mágico. Algunos críticos relacionan sus relatos con el mundo angustioso y alucinado de Franz Kafka. Su producción poética es muy variada y abarca desde composiciones de sencillez lírica hasta otras en las que emplea expresiones de un auténtico barroco de corte americano. Entre sus libros de versos figuran Juglarías (1911), Las rosas de Engaddi (1927) y Por un caminito así (1947). En narrativa publicó Una vida (1914), El hombre que parecía un caballo (su obra más notoria, 1914), El trovador colombiano (1920), El señor Monitot (1922), La oficina de paz de Orolandia (1925), El mundo de los maharachías (1938) y Viaje a Ipanda (1939). Se le deben asimismo la pieza teatral Manuel Aldano (1914) y la biografía del dictador Manuel Estrada Cabrera, Ecce Pericles (1947). Falleció en la ciudad de Guatemala.
Poema Balada De Los Últimos Amores de Rafael Arévalo Martínez
Ya tengo medio siglo y sin embargo
los ojos se me van tras las muchachas.
He seguido a mis hijas en la calle
si no me dan la cara.
¿Qué hacemos, corazón, porque envejezcas?
¿Cuándo envejeces, alma?
He amado sucesivas floraciones
del mismo tronco o de la misma rama
y dirigí cumplidos a las nietas
de las mujeres en un tiempo amadas.
Pues soy como la tierra: nunca viejo
y muy capaz a todas de guardarlas.
Siento el influjo de la primvavera
como si fuera el suelo de mi patria.
Ya tengo medio siglo y sin embargo
los ojos se me van tras las muchachas.
los ojos se me van tras las muchachas.
He seguido a mis hijas en la calle
si no me dan la cara.
¿Qué hacemos, corazón, porque envejezcas?
¿Cuándo envejeces, alma?
He amado sucesivas floraciones
del mismo tronco o de la misma rama
y dirigí cumplidos a las nietas
de las mujeres en un tiempo amadas.
Pues soy como la tierra: nunca viejo
y muy capaz a todas de guardarlas.
Siento el influjo de la primvavera
como si fuera el suelo de mi patria.
Ya tengo medio siglo y sin embargo
los ojos se me van tras las muchachas.
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